La Economía del Bien Común llega a Europa para hacer
negocios con ética
El modelo, diseñado por
un grupo de economistas y analistas de Austria y Alemania, se basa en
principios como la cooperación y el reparto justo de la riqueza
¿Se imaginan que el mundo de los
negocios se midiera por magnitudes como la cooperación y el reparto
justo de la riqueza, y no por la competencia y la acumulación de
capitales? Suena utópico, pero en Europa ha nacido un movimiento que demuestra
que es posible. Ya hay una universidad, tres bancos y 700 empresas apuntadas a
la Economía del Bien Común.
Nadie querría tener por amigo a alguien que desea destruir al vecino, ni permitiría a su hijo que se mostrara insolidario con sus compañeros, ni desearía verle convertido en un avaro. Sin embargo, el actual sistema económico premia a las empresas que acaban con sus competidores, la bolsa aúpa a las compañías que mejoran sus balances cuando despiden a media plantilla y el ranking de milmillonarios es la vara de medir del éxito en los negocios. ¿Cómo es posible que los valores que gobiernan la economía sean los opuestos a los que guían las relaciones humanas? Si en nuestras vidas apreciamos la solidaridad, la cooperación y la generosidad, ¿por qué nos regimos por un sistema basado en la competencia, el ánimo de lucro y el egoísmo?
Nadie querría tener por amigo a alguien que desea destruir al vecino, ni permitiría a su hijo que se mostrara insolidario con sus compañeros, ni desearía verle convertido en un avaro. Sin embargo, el actual sistema económico premia a las empresas que acaban con sus competidores, la bolsa aúpa a las compañías que mejoran sus balances cuando despiden a media plantilla y el ranking de milmillonarios es la vara de medir del éxito en los negocios. ¿Cómo es posible que los valores que gobiernan la economía sean los opuestos a los que guían las relaciones humanas? Si en nuestras vidas apreciamos la solidaridad, la cooperación y la generosidad, ¿por qué nos regimos por un sistema basado en la competencia, el ánimo de lucro y el egoísmo?
Promotor de la Economía del Bien Común
En Austria y Alemania, un grupo de
economistas, analistas y estudiosos de distinto origen lleva varios años
dándole vueltas a esta pasmosa contradicción. Tratan de dilucidar en qué
momento la economía se divorció de la ética y si habría alguna manera de volver
a reunirlas. A finales del 2010 diseñaron un modelo que pretende hacer
compatible los asuntos del bolsillo con los de la moral. Lo llaman Economía
del Bien Común y sus principios, que de lejos pueden sonar a utopía de
un mundo feliz, tan ideal como irrealizable, están sustentados en referencias y
cálculos reales, contantes y sonantes.
El filólogo, bailarín y profesor de
Economía de la Universidad de Viena Christian Felber (Salzburgo,
1972), principal impulsor de este proyecto, lleva dos años viajando por Europa
sin parar de mover los brazos como si fueran las aspas de un molino. Con ellos
construye imaginarios gráficos en el aire para explicar la idea nuclear sobre
la que se sustenta el cambio que propone: frente al modelo actual, en el que el
éxito depende de la competitividad y la acumulación de dinero, la Economía
del Bien Común entiende que las mejores empresas deberían ser aquellas
que cooperan más con otras entidades y las que generan más beneficios para la
comunidad.
Felber parte de lo inoperantes que
resultan la mayoría de las variables que evalúan hoy a la economía:
"El PIB, considerado el mayor objetivo, puede aumentar en
países en guerra o que no respetan los derechos humanos. Las empresas se miden
por sus balances, pero estos no dicen nada sobre las condiciones laborales de
sus trabajadores, ni si cuidan o arrasan el medioambiente” señala. Y añade:
"La economía está basada en patrones diabólicos que permiten situaciones
tan perversas como que los productos del comercio justo, elaborados
con respeto a los derechos de los trabajadores y con sensibilidad ecológica,
sean más caros e inaccesibles que los que contaminan y los que fabrica la mano
de obra infantil".
Esta contradicción es fácil de observar, pero
trasladar los valores humanos a las leyes del mercado no resulta tan intuitivo.
Para lograrlo, Felber invita a sustituir los indicadores monetarios que hoy
miden el éxito económico por otros de tipo social. Este nuevo modelo propone
que tanto empresas como las economías nacionales sean auditadas en base a una
lista de 17 variables que cuantifican aspectos como la calidad de las
condiciones laborales, la igualdad de salarios entre hombres y mujeres, el
reparto mesurado de la riqueza en las entidades, su nivel de democracia
interna, lo cooperantes que sean con otras compañías similares y el valor
social que aporta la labor que realizan.
PREMIAR LA ÉTICA
"El siguiente paso sería premiar
con ventajas fiscales y contratos preferentes con
la Administración a las empresas que obtienen una puntuación alta en los
indicadores del Bien Común y facilitar que sus productos sean
más demandados por los consumidores. En igualdad de condiciones, ¿quién iba a
preferir unos zapatos fabricados con normas esclavistas y cuya producción solo
beneficia a un fondo de inversión, frente a otros que respetan los derechos
laborales y el medioambiente y, además, reparten los beneficios de manera justa
entre los trabajadores?", se plantea este economista.
El plan no pasa por alto el asunto de
los salarios. Actualmente, el sueldo más elevado en Austria es 800
veces mayor que el más pequeño. ¿Suena injusto? Pues puede superarse: en
Alemania esa diferencia es de 5.000 veces, y en Estados Unidos el múltiplo
alcanza la escandalosa diferencia de 360.000. La Economía del Bien Común propone
que dentro de una empresa el mayor salario nunca debería ser más de 10 veces
mayor que el más pequeño. "La cifra no me la he inventado yo, es lo que
han contestado las 50.000 personas de toda Europa a quienes he hecho esta
pregunta. Es decir: es el tope máximo de diferencia salarial que la gente
considera justo", aclara Felber.
La propuesta es revolucionaria, pero los
instigadores de este nuevo régimen económico distan mucho de
parecer bolcheviques llamando a las puertas del Palacio de Invierno. Aunque supone
poner patas arriba el sistema financiero actual, el modelo que proponen no
contradice dogmas básicos del capitalismo como el respeto a la propiedad
privada y la generación de riqueza, pero cambia el orden de los factores.
"Se trata de que el dinero sea el medio para generar beneficios en la
comunidad, no un fin en sí mismo, como ocurre ahora", explica Felber.
¿Y cómo se lleva a la práctica? "De abajo arriba, empezando por las bases
de la economía, y no imponiéndolo, sino invitando a que cada vez más personas,
empresas y entidades apliquen esta regla", responde el gurú de este nuevo
canon económico.
Este movimiento empezó tímidamente, pero
la difusión de sus ideas no ha parado de crecer desde que las pusieron en
circulación: en toda Europa ya hay 700 empresas dispuestas a aplicar estas
nuevas reglas de juego, 100 de ellas radicadas en España, y en Alemania hay
tres universidades, un banco y múltiples entidades públicas y privadas que se
han interesado por esta otra forma de organizar los negocios.
Persuadidos por sondeos de opinión como
el de la Fundación Bertelsmann, que revela que entre el 80 y el 90%
de centroeuropeos desearía disponer de un sistema económico diferente al
actual, proponen que los productos que se comercializan en el mercado cuenten
con una pegatina, situada junto al código de barras, que indique en qué medida
ese artículo y la empresa que lo ha fabricado cumplen con los baremos del Bien
Común. "Si la gente empieza a preferir los productos que puntúan alto
en ese código, las empresas y los países no tardarán en preocuparse por
cumplirlo", advierte Felber, quien recientemente estuvo en España
presentando el libro La economía del bien común (Deusto), donde explica las
claves de este nuevo canon económico.
"Esto no es una utopía, es un
sistema perfectamente calculado que puede llevarse a la práctica cuando las
empresas y los ciudadanos lo decidamos", señala Francisco Álvarez
Molina, antiguo vicepresidente de la Bolsa de París y exdirector de la de
Valencia. Este exiliado del mundo de las finanzas tradicionales y actual
consultor de ética corporativa se ha convertido en uno de los embajadores de
este movimiento en España y viaja por todo el país ofreciendo talleres a
empresarios e instituciones que han mostrado interés por estas nuevas normas.
De momento, el ayuntamiento de Muro de ¿Alcoy (Alicante),
de 9.000 habitantes, ya ha anunciado que este año implantará el Balance
del Bien Común. "Esto no es una aventura de cuatro ingenuos, sino algo
real. Ya hay empresas organizándose mediante este sistema que, aparte de
generar riqueza, es más justo y ético", señala el asesor.
José Manuel Ortiz, ingeniero técnico y
propietario de la empresa de instalaciones para el hogar Install Flow, con sede
en Sabadell, coincide con esa impresión. Tiene cinco empleados trabajando en
Bélgica, debido a la caída de actividad que hay hoy en España, y asegura que
desea aplicar en sus cuentas el Balance del Bien Común y que
auditen si respeta los preceptos de este nuevo modelo económico. "Sería
como cumplir con las normas ISO que hoy ya existen, pero estas orientadas hacia
los aspectos éticos de los negocios, y animaría a la gente a preferir estas
empresas a otras. Yo entiendo que en el mundo exista la avaricia, pero me
resisto a admitir que el sistema esté organizado para premiar al avaro. Y
muchos empresarios piensan como yo", dice este emprendedor de 41 años, que
ya ha inscrito a su compañía entre las que dan apoyo a este movimiento.
EL DOGMA LIBERAL, POR TIERRA
También lo ha hecho Jordi Bosch,
informático de 31 años, quien a través de su empresa, Digital Age
Service, radicada en Terrassa, trabaja con una red de colaboradores para
ofrecer servicios informáticos y aplicaciones para móviles y páginas web. Su
punto de vista echa por tierra el dogma liberal que considera a la
competitividad una condición indispensable para que aflore la innovación.
"Es falso. Lo que mata la creatividad es el actual modelo, que entierra
los talentos en sistemas empresariales injustos que fomentan que la gente se
acomode y no innove", opina este empresario. Al hilo de esta
reflexión, Christian Felber cita uno de sus ejemplos
favoritos: "Los años en los que Steve Jobs y Bill Gates eran más
innovadores no fueron cuando dirigían multinacionales, sino cuando trabajaban
en los garajes de sus casas".
UNA TAREA FACTIBLE
¿Estamos ante un sueño idealista o frente a la revolución del siglo XXI? «El planteamiento de devolver la economía al redil de la ética tiene sentido. Lo que veo más complicado es cómo llevarlo a la práctica. Me chirría la idea de que el Estado premie o castigue a las empresas en función de cómo se porten», señala el periodista Antonio Baños, especializado en crítica económica. Sin embargo, para el autor de Posteconomía (Los libros del Lince), que resulte difícil implantar este modelo no significa que sea una tarea imposible. «Más utópico y artificial es, a priori, el capitalismo financiero, y es el sistema que tenemos. ¿A alguien se le ocurre algo más sofisticado que la prima de riesgo? Al menos, la solidaridad y los beneficios sociales sí son magnitudes reales», destaca este analista.
Baños encuentra una señal especialmente esperanzadora
en este movimiento: pretenden empezar por las bases del sistema económico, como
son las empresas, los consumidores y los ayuntamientos. "Este cambio no es
para pasado mañana, hemos de ir poco a poco, y lo primero es convencer a los
ciudadanos de que podemos organizar los negocios de otra manera", subraya
Molina. "Al final, esto funcionará si la gente ve que es imprescindible
que se aplique. Y hoy, con la crisis, son más los que piensan así",
concluye Baños.
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